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No sé en qué momento se puso de moda hablar de Sun Tzu, pero creo que a estas alturas casi nadie desconoce el nombre del autor de El arte de la guerra, que vivió en China hacia el siglo V o VI antes de Cristo. Resulta curioso que su libro sea conocido por personas que no son estudiosos de la estrategia militar ni historiadores especializados en temas bélicos, pero resulta más sorprendente todavía que muchos de quienes leen el libro lo hagan buscando enseñanzas que aplicar en la vida cotidiana. Por esa manía que tenemos los humanos de poner ejemplos y hablar en parábolas, a alguien se le ocurrió trazar un paralelismo entre el ejército y la empresa: la competencia, los trabajadores y los gestores podían representarse por ejércitos enemigos, soldados y oficiales.
Creo que la idea de adaptar a un pensador militar de hace 2.500 años a la empresa de hoy surgió en Japón, aunque no puedo garantizarlo. Es verosímil que así fuera: un europeo posiblemente habría adaptado a los más cercanos Clausewitz o Liddell-Hart, aunque hay que reconocer que Sun Tzu es mucho más fácil de leer. Fuere como fuere, hoy un gerente puede decir que ha leído a Sun Tzu como si eso garantizara algo sobre su capacidad para dirigir una empresa. A lo mejor porque confía en que su interlocutor sólo conozca al teórico militar chino por el nombre.
Yo sí he leído El arte de la guerra y, francamente, no le encuentro nada de especial. Es un compendio de anotaciones en las que predomina en general el sentido común. Una de esas obras que nos dicen lo que de alguna forma ya intuíamos, pero puesto sistemáticamente por escrito, cosa que tiene mucho mérito. Pero utilizarlo como guía para dirigir una empresa es como emplear las máximas futbolísticas de José Antonio Camacho o Vicente del Bosque, por poner un ejemplo. Sólo que no me imagino a nadie presumiendo de esto último, mientras que sobre Sun Tzu y el mundo empresarial se han llegado a escribir libros. Lo sé porque he tenido uno en las manos.
Fue hace años, en una librería de Barcelona. Recuerdo que lo hojeé en busca de comentarios a un párrafo de El arte de la guerra que me parece muy desacertado. Figura en el capítulo XI y en él Sun Tzu dice literalmente «Sitúa a tus tropas en un punto que no tenga salida, de manera que tengan que morir antes de poder escapar. Porque, ¿ante la posibilidad de la muerte, qué no estarán dispuestas a hacer? Los guerreros dan entonces lo mejor de sus fuerzas.» Hasta donde yo recuerdo todos los grandes capitanes de la Historia, de César a Napoleón, de El Cid a Rommel se han distinguido por cuidar de sus hombres y conseguir que se identificaran con su general. El mismo Sun Tzu, en el capítulo X parece contradecir lo anterior, puesto que aconseja: «Mira por tus soldados como miras por un recién nacido.» ¿Qué tendría que decir sobre el particular aquel libro que yo tenía en mis manos y que trataba sobre las enseñanzas de Sun Tzu aplicadas a la empresa?
La respuesta era descorazonadora. El autor había leído al parecer sólo el párrafo del capítulo XI y había pasado por alto el capítulo X, porque recomendaba tener a los empleados en una situación de presión constante en la que teman por su empleo y así busquen desesperadamente ser productivos. Al parecer no se considera la opción de desertar y pasarse al enemigo, mucho más simple que la de dejarse la piel por alguien que te desprecia.
Y aquí es donde vamos con los ejemplos prácticos. Porque los grandes generales de la Historia se han distinguido por no pedir nunca a sus soldados que hicieran algo que ellos mismos no fueran capaces de hacer. Alejandro Magno es un gran ejemplo, puesto que nunca se escondió a la hora de la batalla: cuentan de él que resultó herido grave porque al ver a sus hombres flaquear se lanzó el primero al asalto de las murallas de una ciudad.
Sobre Alejandro se narra una anécdota, quizás apócrifa, que dice mucho sobre cómo ganaba su carisma entre las tropas: al parecer su ejército debía vadear un río que bajaba lo bastante crecido y con el agua lo suficientemente fría como para pensárselo dos veces antes de arriesgarse a cruzarlo. Sin vacilar, Alejandro se metió el primero en el río, así que sus generales no tuvieron más remedio que seguir su ejemplo y, tras ellos, todo el ejército. En medio de todas aquellas penalidades, luchando contra la corriente y el frío, Alejandro se volvió hacia sus generales y exclamó «¿Os dais cuenta? ¿Veis las cosas que tengo que hacer para que me tengáis respeto?».
La moraleja de este largo artículo es que para quien tiene la responsabilidad de dirigir a otras personas hay dos formas de intentar sacar lo mejor de sus subordinados: acorralándoles o dando ejemplo. Impartir órdenes sustentadas en el miedo o dirigir apoyándose en el carisma. Por desgracia el autor del libro que hojeé en Barcelona había escogido la primera opción. Sólo espero que su obra no se estudie en las escuelas de dirección y administración de empresas por el bien de éstas y de sus trabajadores.
Y vosotros, mis escasos lectores, ¿qué experiencia tenéis? ¿Qué tipo de jefes habéis encontrado o qué tipo de jefe sois? ¿De la escuela de Alejandro o de la de los lectores de Sun Tzu? Yo, por desgracia, todavía no me he encontrado a ningún Alejandro en mi vida profesional.
¿Y si no fuese necesario ir a trabajar como se va a la guerra? Después de todo, no vamos al trabajo para librarnos de ningún enemigo, excepto quizá del hambre.
A los militares les enseñan a emplear la violencia contra otros militares (en el mejor de los casos). Incluso si aceptamos la hipótesis de que existen causas que justifiquen la violencia (lo que para algunos equivale a aceptar «pulpo» como «animal de compañía»), hay que admitir que para librarse del hambre no debería ser necesario quitarle el pan de la boca a nadie.
Al final, Alejandro, Sun-Tzu, y mi jefe presentan todos, a mi entender, el mismo hándicap en el mundo de la empresa: la tendencia considerar a las personas como soldados y a los que no están de acuerdo con ellos como enemigos.
Yo, por mi parte, prefiero la escuela de John Lennon («I don’t wanna be a soldier, mama, I don’t wanna die»).
Muy buen artículo. Yo también soy partidario de dirigir con el ejemplo, pero no confío en las personas carismáticas.
Y muy buen comentario también. Da gusto publicar en estas condiciones.
Yo sí me he encontrado seguidores de las enseñanzas de la escuela de Sun Tzu que se habían saltado descaradamente el capítulo X de su libro. Mi primer trabajo en un banco, mire usted por dónde tan de moda en los últimos tiempos, de cuyo nombre no quiero acordarme por su inhumana labor en materia de personal, tenía como premisas: desubica al empleado, aíslalo, envíalo a ciudades distintas cada seis meses, y como sólo conocerá a la gente de la sucursal, irá allí en busca de amparo por la tarde. Consecuencia: trabajará gratis y vivirá por y para el banco. Cai en la trampa a la primera semana. En mi defensa debo decir que encontré compañeros estupendos alojados en cuerpos de personas más extraordinarias todavía y que tras cuatro años abandoné tan gloriosa entidad. En descrédito del banco diré que tras una rigurosa y exhaustiva selección de «jóvenes talentos» entre miles de candidatos, captaron a 17 personas de las cuales al cabo de cinco años quedaba tan solo una, que no sé si actualmente forma parte de su plantilla.
Ignacio, gracias por el artículo, muy instructivo, y por hacerme recordar mi primera experiencia laboral.
Yo también he encontrado Jefes de todo tipo y en los últimos siete años he tenido a muchas personas a mis ordenes. Con respecto a mis jefes ha habido de todo, aunque en honor a la verdad, la mayoría han sido consecuentes y receptivos – se por qué, pero es largo para contar aquí -. Los «malos» aparecen a partir del «Decretazo» y no los considero jefes sino «sicarios», gente sin preparación que debe obedecer para conservar el puesto.
Con respecto a mi experiencia siempre he tenido una teoria, una palmada en la espalda vale más que mil felicitaciones por escrito. He sido persona y mis subordinados no me han fallado…ni yo a ellos.
Un abrazo y enhorabuena Ignacio, que tengas mucho éxito con tu página.
Buen artículo. Creo que sí se puede aprender de ellos. Y de muchos otros personajes modernos y antiguos. Se trata de tomar lo bueno y dejar lo malo. Con algo de sentido común.