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Lo que quedó tras la guerra

12 miércoles Nov 2025

Posted by ibadomar in Historia

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Historia, Primera Guerra Mundial, Siglo XX

Siempre que se acerca noviembre me encuentro con la misma pregunta. ¿Qué puedo contar sobre la Primera Guerra Mundial en el artículo de aniversario del blog? Este año me propuse no hablar de hechos bélicos ni de batallas, sino de lo que quedó después de la guerra. No me refiero a los cambios en las fronteras y tampoco a la invención o generalización de armas como el submarino, las cargas de profundidad, las granadas de mano, el lanzallamas o el subfusil, sino a algo que perdurase también en la vida civil. ¿Hubo algo que surgiera durante la guerra y que sirviera para mejorar la vida de una persona corriente en tiempos de paz o fue todo destrucción?

Como era de esperar, sí hubo avances significativos con aplicaciones fuera del ambiente bélico. Posiblemente la mayor evolución se produjo en el ámbito de la medicina. No es de extrañar, teniendo en cuenta el gran número de sujetos de experimentación involuntarios que trajo la guerra. A una cantidad de heridos y mutilados nunca vista se sumaban las pésimas condiciones higiénicas del frente, creando la necesidad urgente de mejorar la asistencia hospitalaria. Y precisamente ésta es una mejora clara creada por la necesidad.

Aparecieron así formas de atender al soldado herido incluso en el mismo frente y se mejoraron los sistemas de evacuación con la generalización de criterios de triaje, de tal manera que se hizo posible recibir una primera atención médica casi inmediatamente para, en los casos menos leves, ser posteriormente evacuado a un hospital de campaña en la retaguardia donde recibir los cuidados adecuados. Desde allí los casos más graves eran enviados a un hospital lejos del frente. Estas mejoras en la cadena de tratamiento fueron especialmente relevantes en el frente occidental, puesto que se mantenía estático. En el frente oriental, en permanente movimiento, era mucho más difícil organizar la infraestructura necesaria.

Para que funcionara bien esta cadena de tratamiento, el diagnóstico temprano era esencial y un método que permitiera saber la localización exacta de las esquirlas que habían alcanzado a un soldado herido no tenía precio. El método existía, puesto que los rayos X se habían descubierto en 1895 y casi inmediatamente se habían aplicado en medicina. El problema era tener una máquina de rayos X lo suficientemente cerca del frente. En este sentido fue especialmente destacada la labor de Marie Curie, que contribuyó a diseñar ambulancias equipadas con un aparato de rayos X alimentado por un generador movido por el propio motor del vehículo. No se quedó en el diseño sino que, con ayuda de su hija, organizó cursos para formar a enfermeras en el manejo de los aparatos.

Madame Curie en una de sus ambulancias (Imagen: Wikipedia)

Localizar fragmentos de metralla o ver con precisión una rotura ósea en el cuerpo de un herido era un gran avance, pero una vez hecho el diagnóstico había que intervenir de alguna manera. En el caso de las fracturas, el doctor Robert Jones introdujo en 1916 un invento de su difunto tío, el doctor Hugh Owen Thomas: la férula de tracción que se conocería con el nombre de férula Thomas. Gracias a este sistema de inmovilización, la mortalidad en caso de fractura de fémur se redujo drásticamente, de manera que si en 1914 un soldado que sufriera una fractura en el fémur tenía apenas un 20% de probabilidades de sobrevivir, al final de la guerra la supervivencia era de un 85%.

La férula Thomas (imagen: Wikimedia)

Donde hay heridas hay sangre y la pérdida excesiva puede ser fatal. Las transfusiones de sangre, tan necesarias en caso de hemorragia, ya eran conocidas al empezar la guerra, aunque aún no se había descrito el factor rH. Se podía probar la compatibilidad de donantes haciendo una prueba con una muestra antes de iniciar la transfusión, pero lo que no se podía hacer era conservar la sangre. Una transfusión, por tanto, se tenía que realizar directamente, de donante a paciente. Para superar este problema, el estudio de métodos de conservación estaba ya en marcha al comenzar la guerra. Naturalmente la necesidad dio un gran impulso a los estudios y, gracias al uso del citrato de sodio como anticoagulante, pudieron crearse los primeros bancos de sangre de la Historia.

Y si una herida es ya de por sí peligrosa, una herida infectada es generalmente letal. O lo era antes de la aparición de los antibióticos, que no llegarían hasta después de la guerra. Podemos imaginar el disgusto del doctor Baer cuando se enfrentó con las extensas heridas de un soldado que había permanecido en el campo de batalla varios días sin atención de ninguna clase. Sin embargo, el soldado no tenía fiebre por lo que, contra todo pronóstico, podría ser que no hubiera infección. Al quitarle la ropa al herido comprobaron que el aspecto era lamentable puesto que las heridas aparecían recubiertas de gusanos, larvas de moscas, que hubo que retirar. Entonces, el disgusto dio paso a la sorpresa: la carne en las heridas tenía buen aspecto, sonrosada y sin signos de necrosis. Y así fue como se pusieron los fundamentos de la terapia larval, una técnica que se ha descrito a menudo en caso de guerra o entre pueblos primitivos y que a partir de ese momento pasó a formar parte de la práctica médica. El motivo es que las larvas no se alimentan de cualquier cosa, únicamente de carne muerta, y además sus secreciones tienen un efecto bactericida, por lo que protegen y limpian las heridas. Por ello comenzó el uso de larvas, debidamente esterilizadas, en la práctica médica. La terapia cayó en desuso tras el descubrimiento de la penicilina, pero resurgió con la aparición de bacterias resistentes y aún se usa en casos en los que no es aconsejable recurrir a antibióticos.

La guerra trajo también la aparición de la cirugía plástica y grandes mejoras en ortopedia. Fueron muchos los mutilados que se beneficiaron de las nuevas prótesis e incontables los casos de soldados cuyas gravísimas heridas y quemaduras los desfiguraban hasta el extremo de que se sentían incapaces de ver a nadie por la inevitable reacción de desagrado que provocaban las secuelas de sus lesiones. Se considera al doctor Harold Gillies como padre de la moderna cirugía plástica, puesto que fue este cirujano maxilofacial quien fundó en 1917 el primer hospital dedicado específicamente a la reconstrucción facial de los heridos durante la guerra y donde se desarrollaron técnicas que son comunes hoy, como el injerto de piel.

Todo lo anterior está muy bien, pero ¿no se desarrolló nada que fuese útil para quien no hubiera sufrido una experiencia traumática, ya fuera una herida de guerra, un accidente, una mutilación…? ¿Algo útil para una persona sana, sin enfermedades, lesiones ni heridas? La respuesta es que sí. Durante la guerra se utilizaron vendas hechas de celulosa que resultaron ser mucho más absorbentes que las de algodón. Pronto las enfermeras que utilizaban este material descubrieron que era muy útil durante la menstruación. Al finalizar la contienda, había gran cantidad de excedentes de tejido celulósico para fabricar vendajes, pero ahora había surgido una nueva aplicación para este material, de manera que pronto apareció en el mercado un producto del que cientos de millones de mujeres se han beneficiado sin sospechar su origen bélico: las compresas desechables.

 

 

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De vuelta a Munich

17 domingo Ago 2025

Posted by ibadomar in Historia

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1938, Chamberlain, Checoslovaquia, Churchill, Historia, Hitler, Munich, Mussolini, Segunda Guerra Mundial, Siglo XX

Cuando comencé a escribir este blog era habitual que encontrara un paralelismo entre algún evento que estuviese de actualidad y un hecho histórico. Con el paso del tiempo me cuesta más encontrar ese tipo de relación, quizás porque no leo sobre Historia con tanta frecuencia o porque presto menos atención a las noticias de actualidad. Sin embargo, acaba de ocurrir un hecho con un paralelismo tan evidente con el pasado que tampoco pensaba escribir sobre él, creyendo que ya lo habría hecho cualquier periodista. Para mi sorpresa, y desmintiendo la ley de Godwin, nadie, hasta donde yo sé, se ha molestado en comparar la cumbre entre Donald Trump y Vladimir Putin con la Conferencia de Munich de 1938.

Y mira que la comparación es fácil. En 1938 Alemania quería anexionarse una parte de Checoslovaquia con vistas en realidad a hacer desaparecer todo el país, mientras que en 2025 Rusia quiere anexionarse una parte de Ucrania, pero se intuye que esa parte puede ser sólo el principio. Aunque la situación de partida no es la misma (en 1938 Alemania amagaba con ir a la guerra, mientras que en 2025 Rusia lleva ya 3 años y pico de guerra con Ucrania) el paralelismo se hace evidente si observamos que en la cumbre de Alaska el gobierno del país cuyo destino está en juego no está invitado, exactamente igual que en la Conferencia de Munich.

Aquella conferencia tuvo como origen la crisis checoslovaca, que surgía de la cuestión de los Sudetes, una región checa con población de origen alemán. En 1938 el gobierno alemán estaba utilizando todo tipo de agravios, reales o inventados, con el fin de ocupar la región y eso llevaba a Alemania y Checoslovaquia al borde de la guerra. La duda era, ¿qué harían las potencias europeas? Si Francia e Inglaterra decidían dar garantías al gobierno checoslovaco y Alemania intervenía militarmente comenzaría en Europa una guerra similar a la que había terminado 20 años atrás.

Hitler estaba decidido a seguir adelante, puesto que al fin y al cabo las potencias no habían intervenido cuando se había remilitarizado Renania ni durante la anexión de Austria. ¿Habría respuesta ahora? La respuesta vino del primer ministro británico, Neville Chamberlain, que el 13 de septiembre de 1938 tomó un avión por primera vez en su vida para entrevistarse con Hitler. Fue el inicio de una serie de conversaciones entre distintos gobiernos. Ingleses y franceses decidieron que se podría ceder la región de los Sudetes a Alemania para asegurar la paz, Hitler por su parte subía la apuesta y pedía abiertamente la disolución de Checoslovaquia y la repartición del territorio, aunque luego se moderaba y aceptaba solamente los Sudetes y Mussolini insinuaba que estaría al lado de Alemania en caso de guerra. Por si había poca tensión, Alemania lanzó un ultimatum que fijaba como límite el 1 de octubre.

En este ambiente se acordó una reunión urgente en Munich de las 4 potencias europeas: Inglaterra, Francia, Alemania e Italia, que tendría lugar el 29 de septiembre, menos de 48 horas antes de que expirara el ultimatum. En unas horas llegaron a un acuerdo y el día 30 británicos y franceses informaron al gobierno checoslovaco de que debía ceder los Sudetes a Alemania según se había acordado en Munich. En caso de negarse a ceder una parte de su territorio, Checoslovaquia no contaría con el apoyo de los que se suponía eran sus valedores y tendría que enfrentarse a Alemania sin ayuda.

El gobierno checoslovaco se lo tomó como una traición y no es de extrañar, ya que a ellos ni siquiera se les había invitado a participar en la reunión en la que se discutía la integridad territorial de su país. La opinión pública inglesa y francesa estaba aliviada por el alejamiento de la guerra, aunque nadie podía hacerse ilusiones por mucho que Chamberlain alardeara de haber conseguido la paz. Winston Churchill fue la voz más notoria en contra del acuerdo, denunciándolo en el parlamento británico y escribiendo que el gobierno británico, forzado a elegir entre guerra y deshonor, había elegido el deshonor y pronto tendría la guerra.

Fueron palabras proféticas: en la primavera de 1939 Alemania forzaba a Checoslovaquia a aceptar su partición, incorporándose Chequia al Reich y creando un estado títere en Eslovaquia. Para aquel entonces, Hitler sabía que nadie movería un dedo por ayudar al gobierno de Praga. El siguiente movimiento sería repetir la jugada con Polonia, empezando por el corredor de Danzing, aunque esta vez sí se llegaría a la guerra, la más destructiva hasta la fecha. La reacción de Francia e Inglaterra ante el ataque a Polonia debió de sorprender a Hitler, que poco antes había despreciado la posible intervención de ambos países con las palabras: «No son de temer. Los vi de cerca en Munich». La Segunda Guerra Mundial comenzó el 1 de septiembre de 1939: la paz de la que alardeaba Chamberlain había durado apenas once meses.

Decía al principio de este artículo que era extraño que nadie hubiese hecho la comparación evidente entre las dos cumbres en las que se ponía sobre la mesa el futuro de un país sin que éste estuviese presente. Puede que no sea por falta de imaginación sino por temor ante la posibilidad de que el paralelismo se extienda hasta el final.

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Año nuevo con Radetzky y sin tabaco

24 jueves Abr 2025

Posted by ibadomar in Historia

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Austria, Habsburgo, Historia, Italia, Radetzky, Risorgimento, Siglo XIX

No soy el único que cada 1 de enero, como ritual de inicio de año, escucha el Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena, que se transmite en directo para todo el mundo. Millones de personas lo hacen, pero para los que están en la sala de conciertos  hay un aliciente especial: al llegar al último tema, la Marcha Radetzky, los espectadores, cuando lo indica el director de orquesta, participan dando palmas. La marcha Radetzky y sus palmas se han convertido en una tradición inseparable del propio concierto hasta el punto de ser su momento más representativo. Y mira que inmediatamente antes suena El Danubio azul, pero ni el más famoso de los valses puede competir ese día con la marcha Radetzky. Me pregunto cómo se lo tomarán en Milán, donde Radetzky también está asociado, pero no tan festivamente, al 1 de enero, concretamente al del año 1.848.

Retrato del mariscal Radetzky tomado de Wikipedia

Aquel año comenzaba con una Italia dividida políticamente. Florencia, por ejemplo formaba parte del Ducado de Toscana, mientras que el centro de la península italiana estaba bajo el control de los Estados Pontificios, el Reino de Nápoles controlaba el sur… en resumen, lo que hoy es Italia era todo un mosaico de pequeños estados. En el norte, Lombardía y el Véneto estaban bajo el dominio austriaco, pero el siglo XIX, el siglo del nacionalismo, no podía dejar de producir movimientos en pro de la unificación de toda Italia. Es lo que se conoce como el Risorgimento.

En semejante situación, el ejército austriaco era, naturalmente, uno de los principales enemigos a batir por los partidarios de la unificación italiana. El comandante en jefe de las fuerzas en Italia de dicho ejército, con cuartel general en Milán, era precisamente el mariscal Radetzky, un veterano de las guerras napoleónicas que podía ser severo en ocasiones, pero siempre honesto. Era muy querido por sus soldados, pero siendo un representante del poder austriaco, no podía dejar de ser detestado por los simpatizantes de la unificación.

Aquel 1 de enero de 1.848, a sus 81 años, Radetzky se enfrentaba a una insólita crisis: una huelga de fumadores. Los partidarios de la unificación habían decidido comenzar el año con un desafío al poder austriaco, proclamando una acción simbólica contra dos costumbres muy arraigadas que suponían una importante fuente de ingresos para el estado: fumar y jugar a la lotería. Se calcula que entre las dos aportaban unos 13 millones de liras de la época (unos 65 millones de euros actuales) al estado austriaco. Se publicó un manifiesto comparando los impuestos al tabaco con los del té en la América del siglo XVIII, que habían supuesto un chispazo para iniciar la independencia de Estados Unidos y se llamaba a abstenerse de fumar en una huelga que comenzaría el 1 de enero de 1.848.

El nuevo año se presentaba por lo tanto turbulento en potencia. Sin embargo, la mañana del día de Año Nuevo transcurrió tranquila, probablemente porque todo el mundo se había acostado tarde y era difícil encontrarse con algún transeúnte. Por la tarde ya se empezó a observar que era raro ver a alguien fumando por la calle y cuando algún ciudadano se saltaba la consigna y encendía un cigarro, no faltaba quien rápidamente le recordaba, con educación o bruscamente, que un patriota debía abstenerse de fumar. Apenas hubo incidentes y en general el día transcurrió con normalidad.

Pero el 2 de enero la tensión fue en aumento. Algunos milaneses, necesitados de su ración de nicotina, decidían encenderse un cigarro con huelga o sin ella. Otros milaneses les increpaban o les agredían. La policía intentó mediar al principio, pero por la tarde policías y militares comenzaron a reprimir la huelga a su manera: fumando como carreteros, incluso dos cigarros a la vez, y echando el humo a la cara de los transeúntes. La situación se deterioraba cuando Radetzky ordenó a los militares volver a sus cuarteles. Los primeros incidentes se habían producido ya, pero no eran graves de momento.

El 3 de enero la situación cambió completamente. Los exaltados comenzaron a enfrentarse a pedradas con los soldados que fumaban y a los que esta vez se les había dado libertad de acción. Los soldados, como era de esperar, respondieron usando la fuerza y los enfrentamientos se fueron recrudeciendo en una ciudad cuyos pobladores ya estaban de por sí bastante alterados por la falta de su nicotina habitual. Al final del día había seis muertos y más de cincuenta heridos. Tras la jornada de violencia la huelga se extinguió por sí sola y la calma volvió a Milán, pero fue una calma tensa, presagio de la insurrección conocida como «los cinco días» de Milán, que tuvo lugar apenas dos meses más tarde en el contexto de las revoluciones europeas de 1.848. La insurrección fracasó, pero no sin degenerar en una guerra abierta que se prolongaría hasta el verano de 1.849 y en la que Radetzky, a pesar de su avanzada edad, se distinguió de tal manera que Johann Strauss (padre) compuso la Marcha Radetzky como homenaje a la intervención del anciano mariscal en la batalla de Custoza, librada en julio de 1.848.

En reconocimiento a su enérgica actuación, Radetzky, pese a no pertenecer a la familia de los Habsburgo, fue nombrado virrey de Lombardía-Venecia, cargo que ocupó hasta un año antes de su muerte, ocurrida en enero de 1.858 a los 91 años de edad. No llegó por lo tanto a ver cómo Austria perdía el dominio sobre Milán apenas un año después, en 1.859, por lo que debió de morir con la satisfacción del deber cumplido.

Si el anciano mariscal pudiera salir de su sepultura y ver que un siglo y medio más tarde Austria ya no es ni una monarquía ni una gran potencia, que los gobiernos se empeñan en demonizar el consumo de tabaco en lugar de fomentarlo y que a él no se le recuerda por su labor como gobernador ni como militar sino como quien dio nombre a un tema de Strauss que suena cada 1 de enero, probablemente decidiría volverse a su tumba. Eso sí, al paso marcado por la marcha que lleva su nombre y fumándose un cigarro.

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