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Como todos los meses de noviembre, toca celebrar el cumpleaños de este blog con un artículo sobre la Primera Guerra Mundial. En este caso, hablaremos de un episodio poco conocido, una peculiar acción naval en la que ningún buque resultó hundido, ni siquiera averiado, pero que provocaría indirectamente la muerte de muchos miles de personas, puesto que llevó la guerra a Oriente Medio. Me refiero a la persecución del Goeben y del Breslau.
La crisis de julio de 1914 sorprendió a los alemanes con dos buques de guerra en el Mediterráneo: el imponente crucero de batalla Goeben, y el crucero ligero Breslau. Durante todo julio el Goeben estuvo anclado en Pola (actual Pula, en Croacia) haciendo reparaciones en sus calderas, pero al entrar Alemania en guerra el 1 de agosto de 1914, el barco se apresuró a zarpar para no arriesgarse a quedar bloqueado en el Adriático y se reunió con el Breslau al sur de Italia. En aquel momento la guerra sólo afectaba a cuatro naciones: Alemania acababa de declarar las hostilidades a Rusia mientras que Austria-Hungría había hecho lo propio con Serbia el 28 de julio.
Mientras tanto, la flota inglesa del Mediterráneo abandonaba Malta con el doble objetivo de vigilar la salida del Adriático, único punto de contacto con el Mediterráneo para los austrohúngaros, y mantener vigilado al Goeben. Por su parte Francia, ante su inminente entrada en guerra, preparaba el transporte de tropas coloniales a la metrópoli desde puertos argelinos. En consecuencia, el almirante alemán Souchon, al mando del Goeben y el Breslau, puso rumbo a Argelia para estar en posición de bombardear los puertos de embarque tan pronto como se declarara la guerra. Nada hacía prever que el desenlace de aquellos acontecimientos no tendría lugar en el Mediterráneo Occidental sino muy lejos de allí, en el Mar Negro. Para comprender por qué fue así tenemos que repasar la situación del Imperio Otomano.
Cuando el archiduque Francisco Fernando fue asesinado en Sarajevo, Turquía era una nación aislada. El país había tenido al Reino Unido como principal valedor durante el siglo XIX debido a su posición estratégica, pero a principios del siglo XX los británicos estaban convencidos de que el Imperio Turco era un moribundo al que no merecía la pena sostener. Turquía, sin apoyos externos, perdió casi todo su territorio europeo en la Primera Guerra de los Balcanes (1912-1913) y no es de extrañar que en tales circunstancias buscase otros amigos. Por su parte Alemania, consciente de que en una guerra europea se tendría que enfrentar a Rusia, tenía interés en tener de su parte a los turcos, que controlaban los estrechos que unen el Mar Negro con el Mediterráneo, por donde pasaba el 90% del comercio ruso.
La crisis de julio de 1914 precipitó los acontecimientos. Nadie pensaba entonces en una guerra larga y el gobierno turco anhelaba alinearse con el ganador. Alemania estaba en buena posición puesto que había estrechado relaciones con Turquía en los últimos años y parecía tener la mayor fuerza militar. Justo entonces, el gobierno británico tomó una decisión que arrojó a Turquía en brazos de Alemania. Tras la declaración de guerra de Austria-Hungría a Serbia, el Primer Lord del Almirantazgo, Winston Churchill, decidió requisar dos barcos de guerra que estaban a punto de ser entregados a Turquía, e incorporarlos a las fuerzas británicas. Para Turquía, que ya había pagado la compra (6 millones de libras de la época, 7 millones y medio según otras fuentes), aquello fue una bofetada. Las conversaciones germano-turcas para una posible alianza se aceleraron de tal manera que ésta se concretó el 3 de agosto. Pese a esto, Turquía se mantuvo neutral, al menos por el momento, dándose tiempo a ir mejorando sus preparativos bélicos.
Precisamente el 3 de agosto, en el Mediterráneo, el almirante Souchon recibía la noticia de que Francia y Alemania ya estaban en guerra, por lo que ya podía atacar objetivos franceses, pero a las dos de la madrugada del día 4 recibía la orden de dirigirse urgentemente a Constantinopla como consecuencia de la alianza con Turquía. El almirante alemán acató la orden y puso rumbo al este, hacía Mesina, en Sicilia, donde contaba con aprovisionarse de carbón, aunque previamente bombardeó los puertos de Bône y Philippeville. La flota francesa, en su posterior búsqueda del atacante, ni siquiera se planteó dirigirse hacia el este, puesto que pensaron que los barcos alemanes intentarían llegar al Atlántico, de manera que el Goeben y el Breslau continuaron su travesía con total tranquilidad hasta que se encontraron con dos cruceros de batalla ingleses a las 9 y media de la mañana.
Los barcos ingleses y alemanes se cruzaron en la distancia, preparados para abrir fuego sobre sus rivales… pero no sucedió nada. Nada en absoluto porque la guerra entre Gran Bretaña y Alemania no se declararía hasta unas horas más tarde, aquel mismo día. No hubo combate, pero tampoco se produjo el tradicional intercambio de saludos. ¡Qué extraño momento aquel en el que la paz se había hecho añicos, pero la guerra no había llegado aún! El almirante británico, Milne, hizo virar a sus barcos para seguir a los alemanes, pero éstos eran más rápidos y arribaron sin incidentes a Mesina. Italia, sin embargo, era neutral en aquel momento y no permitió que los buques alemanes permanecieran allí más de 24 horas, que se emplearon en cargar carbón frenéticamente. Para complicar las cosas, llegó una contraorden de Berlín: Turquía seguía sin declarar la guerra y por tanto el Goeben y el Breslau no debían dirigirse allí. Además daba libertad al Almirante Souchon para seguir su propio criterio dado que Austria no podía garantizar su apoyo en el Adriático.
Estando así las cosas, Souchon decidió desobedecer las órdenes y navegar hacia Turquía. Para despistar, salió de Mesina con rumbo norte, como si se dirigiera al Adriático. Allí le esperaba una escuadra británica al mando del almirante Troubridge, pero la fuerza principal, la de Milne, estaba situada al oeste para bloquear la ruta hacia el Atlántico, hacia donde todo el mundo pensaba que se dirigirían los alemanes. Sin embargo, tras el amago hacia el norte, el Goeben y el Breslau se dirigieron hacia el este. No fue suficiente para esquivar la persecución por parte de la escuadra de Troubridge, formada por 4 cruceros y 8 destructores, pero Troubridge tenía dudas: las órdenes le prohibían entrar en combate con una “fuerza superior”, pero esto era ambiguo. Se había dictado la orden pensando en la armada austriaca, pero ¿era el Goeben una fuerza superior? Según Troubridge sí lo era, puesto que estaba mejor blindado que sus barcos, sus cañones eran de más calibre y además tenían más alcance. Para colmo, el Goeben era más rápido por lo que podía mantener la distancia a voluntad y disparar desde fuera del alcance de los ingleses, hundiendo los barcos de Troubridge uno por uno. Finalmente los británicos abandonaron momentáneamente la persecución.
El Goeben y el Breslau se presentaron ante el Estrecho de los Dardanelos, donde tuvieron que esperar a que el gobierno turco, bajo fuertes presiones alemanas, les permitiera el paso. La presión dio sus frutos y los barcos alemanes llegaron a Constantinopla mientras los ingleses, ahora con toda la flota, avanzaban parsimoniosamente por el Egeo pensando que estaban acorralando a dos buques con los que en realidad no volverían a encontrarse. El gran problema sin embargo era para Turquía, cuya neutralidad no le permitía dar cobijo a dos buques alemanes, pero que, pese a su reciente alianza con Alemania, no tenía interés en entrar en la guerra, al menos por el momento. Los turcos, sin embargo, encontraron un subterfugio para salvar las apariencias llegando a un acuerdo con Alemania para comprar los dos barcos, que así reemplazarían a los que habían sido requisados por los británicos. La entrega se realizó el 16 de agosto y en ella el Goeben y el Breslau, que pasaron a llamarse Yavuz Sultan Selim y Midilli, enarbolaron bandera turca… y continuaron tripulados por alemanes, que seguirían siéndolo por más que se hubiesen tocado con un fez para la ocasión. Al mando permanecía Souchon, que pronto fue hecho jefe supremo de la armada turca, nombramiento que tendría graves consecuencias.
El imperio otomano, por tanto, seguía sin entrar en la guerra. Durante el mes de agosto esto no tuvo gran importancia para sus aliados alemanes, que parecían a punto de vencer a Francia, pero con la derrota alemana en el Marne, que condujo a la estabilización del frente occidental, y la desastrosa actuación militar del aliado austrohúngaro, Alemania empezó a considerar que era el momento de jugar la carta turca. Y como Turquía no terminaba de decidirse a cumplir con su aliado, habría que darle un empujoncito. Y para dárselo, nadie mejor que el comandante supremo de la flota turca, es decir el alemán Souchon.
Por eso el almirante Souchon, al mando de sus dos barcos y acompañado de varios destructores turcos, se internó en el Mar Negro el 29 de octubre para bombardear y minar varios puertos del imperio ruso (Sebastopol y Odesa son los más conocidos, pero no los únicos que fueron atacados). El gobierno turco no había autorizado la operación, ¿pero qué podia hacer? Si desautorizaba la acción y expulsaba a las misiones militares y navales alemanas, Souchon podría responder bombardeando Constantinopla a placer. No había más remedio que resignarse. Rusia declaró la guerra a Turquía el 4 de noviembre y al día siguiente lo hacían Francia y Reino Unido.
A la larga las consecuencias fueron trágicas. Basta con pensar en el genocidio armenio, la desastrosa campaña de Gallipoli, el desmembramiento del imperio otomano… todo ello consecuencia de la incorporación de Turquía a la contienda. Una incorporación que quizás no se habría producido si Winston Churchill no hubiese requisado los dos barcos que se debían entregar a Turquía, o si el almirante Souchon hubiese decidido refugiarse en un puerto del Adriático en lugar de forzar la entrada en los Dardanelos. En cuanto a Turquía, la decisión de reforzar su armada no pudo salirle más cara: primero pagó dos barcos que nunca se entregaron y en su lugar incorporó otros dos que la llevarían a una guerra desastrosa. Pocos negocios han resultado tan ruinosos.